La marcha de la bronca, en realidad, también refleja toda una visión de país, heterogénea desde donde se la mire, pero homogénea en su rechazo a las iniciativas del kirchnerismo. Enfrente, otra porción importante de la sociedad salió a advertir, por los medios convencionales y redes sociales, que no adhería a este llamado por considerarlo injustificado.
La división contempla las distintas perspectivas de un mismo país, como en cualquiera de las naciones con más años de historia. Por simple inmediatez temporal quizá convenga echar un vistazo a lo ocurrido en la última elección de los Estados Unidos, donde el pueblo volvió a mostrar sus diferencias, graficadas en demócratas y republicanos. Quieren cosas distintas y consideran, además, que los caminos para desarrollarlas también son distintos. En ese contexto, Obama ganó por ajustada diferencia, pero naturalmente gobernará bajo sus programas políticos y no los de Romney.
Aquí, la marcha mostró quejas que van desde la inseguridad o la inflación hasta quienes pidieron poder comprar dólares, el respeto de las instituciones, el uso de la cadena nacional o el destino de fondos públicos para planes sociales. Sólo saben que no quieren a este Gobierno y que tienen derecho, en uso democrático, a gritarlo a los cuatro vientos. Esa certeza no representa, por más ruidosa que sea, una posición mayoritaria.
Quizá algún dirigente de la oposición podrá responder a algunas de esas demandas y capitalizar esa fuerza.
En el Gobierno escucharán los reclamos, los considerarán y seguirán aplicando las políticas por las que fueron elegidos, por amplia mayoría.
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