Eran tan demoníacas y antinacionales las políticas que instrumentó el neoliberalismo en la Argentina, durante las tres décadas en las que hizo sus estragos, que para aplicarlas tuvo que apuntar los primeros misiles hacia la destrucción del espacio público.
La más que obvia primera estación del plan fue la implementada por Videla y Martínez de Hoz, como mascarones de proa de los dos instrumentos que desplegó la dictadura para abolir el espacio público: el terrorismo de Estado y la prohibición de cualquier actividad política o gremial.
El segundo de los dos instrumentos se relaciona con la política económica que el modelo neoliberal ya comenzaba a aplicar en la Argentina: la apertura de la economía, sumada a la tristemente célebre “tablita” de Martínez de Hoz, prima cercana de la convertibilidad de Cavallo, comenzaba a arrasar el parque industrial argentino y a hacer crecer la desocupación.
El trabajo es el más gigantesco organizador social que se conozca: el hombre del común era expulsado, quizá como nunca antes en nuestro país, del espacio público. Aterrorizado en los 70 por la militarización de la política, y luego por el terrorismo de Estado, sumaba a sus penurias el quedarse sin trabajo y, por lo tanto, sin posibilidades de agremiarse. El trabajo, como organización social y gremial, languidecía en la Argentina y los trabajadores eran centrifugados hacia las orillas de la sociedad para engrosar el paralizante y despolitizador ejército de desocupados. Para colmo, cuando caminaba por las calles de su barrio, veía con horror las tapiadas puertas y ventanas de la Unidad Básica a la que, en otros lejanos y mejores tiempos, solía ir a matear y a debatir. Todo le recordaba que vivíamos en Estado de Sitio, y él seguía solo y esperando, escalabrinianamente.
Los modos gerenciales en que la política volvió a instalarse entre nosotros, en la década del 80, no contribuyeron a revertir la tendencia vaciadora del espacio público: militantes y cuadros políticos fueron reemplazados por otra fauna de muy diverso orden: los operadores políticos y mediáticos. La videopolítica resultó muy funcional al modelo expulsivo: mutó las poleas humanas de transmisión -entre la política y los hombres y mujeres del pueblo- por el saber de unos pocos especialistas. Ya no había 9 milímetros a mano como en los años de plomo, pero la plaza pública tampoco volvió a tener la trascendencia que tuvo antaño -a pesar de algunas fracasadas intentonas-. El Campo de Marte donde dirimir diferencias lo constituían ahora los medios de comunicación. El hombre del común seguía solo y esperaba, mientras veía pasar la historia (ya ancha y ajena) por la pantalla de la tele, y mientras las persianas de las fábricas seguían bajas. Para colmo de males, cuando quería ir a las pocas reabiertas Unidades Básicas (o a cualquier local partidario, para ser amplio y generoso), la cosa ya no era como antes. Entre la yerba de ayer secándose al sol, agonizaba en la Argentina el debate como práctica política.
La otra estación del calvario fue más de lo mismo: el menemato, con la inestimable colaboración del imperial Cavallo- terminó por arrasar el parque industrial que se le había escapado a Martínez de Hoz y, además, se dedicó a la perversa tarea de rifar el patrimonio público de los argentinos: pueblos enteros sucumbieron con la privatización de YPF, y ante el cierre de ramales del ferrocarril (aquel que Scalabrini le reclamara en una servilletita a Perón). Crecía, como flores negras de un luto profundo, el país de la desolación y los pueblos fantasmas a los costados de las vías muertas.
Como si nunca se pudiera hallar el final del horror, la década menemista no fue la estación final del neoliberalismo: hay que decir que cierto progresismo que nos cogobernó, junto a lo peor de la UCR, terminó por asumir no sólo a la videopolítica expulsiva como su gran herramienta de construcción virtual, sino que adhirió fervorosamente a los principios básicos del modelo, del que quiso ser el vecino más decente y principal, su cara más presentable, terminando por convertirse en un lamentable factor desideologizante y en un golpe de atraso feroz a la mejor conciencia de los argentinos.
La videopolítica
Dentro del renglón de la videopolítica, en dos instancias diferentes de esta historia macabra hay dos hechos puntuales que contribuyeron para que los medios se adueñaran del centro de la escena para marcar la agenda que toda la sociedad debía seguir: la apropiación mafiosa de Papel Prensa y la reforma del decreto 22.285 de Radiodifusión, operado por el menemismo, fueron dos instrumentos decisivos.
Con el papel asegurado desde el pacto mafioso que firmaron con Videla y, posteriormente, con la reforma de los años 90, los medios pasaban a constituirse en factores de poder en sí mismos y contaban con las herramientas necesarias para poner de rodillas a toda una generación de la dirigencia política.
Causaba náuseas ver cómo los que querían aparecer en TV, o tener algunos minutos en radio o algunos centímetros en los diarios, debían adecuar sus discursos, vaciarlos de todo contenido político e ideológico que contrariara los principios básicos del modelo neoliberal: desindustrialización, apertura económica, convertibilidad, desprecio por el mercado interno, desapego por una política de integración regional, eran conceptos que se paseaban como fantasmas invisibles.
Nadie los nombraba, como si no existieran.
Nadie los cuestionaba, porque parecían no existir.
Pero mandaban, porque estaban en la naturaleza de las cosas. Y mandaban como mandan los dioses, que también son invisibles.
La ausencia de la política, sustituida por una simulación que no cuestionaba nada, daba lugar a que el país se encaminara hacia el abismo, como camina un carro fúnebre envuelto en sordina y sombras.
Los falsos políticos colapsaron con la Argentina que se derrumbó en diciembre del 2001. No es que recién ahora hayan perdido, de la mano del 54% de los votos que obtuvo la Presidenta. Han perdido el rumbo desde aquel “Que se vayan todos”. Y nunca jamás lo recuperaron.
Desperdigados en una oposición fragmentada, amnésicos de que la política debe tener contenido ideológico, siguen perdiendo dignidad y elecciones y la noche se les pone cada vez más oscura.
Desde el 2003 a la fecha, otros aires soplan en la Argentina: los ciudadanos han visto posible el regreso al ágora, a la asamblea, al debate. La ideología ha vuelto a darse la mano con la política y ésta dejó de ser el arte de los simuladores: un proyecto nacional desató el destino de la Argentina del fraudulento cauce de los organismos internacionales de crédito.
Uno bien puede preguntarse si la videopolítica ha desaparecido y bien puede contestarse a esa pregunta que no. Pero jamás un instrumento puede ser el veneno que extermine a una sociedad. La videopolítica, en todo caso, es un método; los medios de comunicación un envase; y el bien o el mal, la vida o el veneno, lo constituyen los contenidos. Es decir, si por ejemplo uno enciende el televisor, tanto podrá ver en la pantalla los intentos desesperados del Grupo Clarín -quien sigue porfiando para que no se cumpla la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual e inventando caos inexistentes- o, sentarse una tarde de esta cálida primavera frente a la tele y disfrutar, durante un par de horas, de una clase magistral de política y de revisionismo histórico a cargo de Cristina Kirchner y de Hugo Chávez.
Es decir: en el ágora restaurada, hasta la magia de la televisión ha vuelto a ser posible.
(*) Hugo Barcia
Sub-Gerente de RRII y Prensa
Tel: 4-803-3728
Cel: 15-4-998-1879
R.T.A. S.E. Canal 7
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