Recorrer con mirada escrutadora las señales dejadas por la semana que acaba de concluir constituye, para alguien desprejuiciado y con intenciones de hacer una lectura comprensiva de la realidad argentina, una verdadera experiencia alejada de los lugares comunes y atiborrada de acontecimientos que, cada uno por sí mismo, hubiera merecido una larga reflexión. Me refiero, estimado lector y en orden de aparición, al arrasador triunfo, el domingo 23, de Cristina Fernández y del Frente para la Victoria, un triunfo que dejó al menos dos cosas en claro: la primera, que el kirchnerismo ha logrado subirse a lo más alto de la consideración popular revirtiendo las dificultades del 2008 y el 2009 y, la segunda, que la oposición ha demostrado su insustancialidad a la hora de constituirse en una fuerza alternativa. También, y a lo largo de la semana, pudimos comprobar, una vez más, que la verdadera oposición es la del establishment económico-financiero que busca debilitar al Gobierno a través de la fuga de capitales y tratando de forzar una devaluación. La respuesta del kirchnerismo, en consonancia con su estilo y su capacidad para tomar decisiones impactantes en momentos oportunos, ha sido exigirles a las petroleras y a las mineras que liquiden sus divisas en el país. Volveré sobre esta cuestión que marca la nueva problemática a la que se enfrentará un gobierno que, y eso lo ha demostrado con creces, no se amedrenta ante las presiones de las corporaciones económicas como no lo hizo ante la munición gruesa que le tiraron, a lo largo de los últimos años, los grandes medios de comunicación concentrados.
Otro de los acontecimientos decisivos ha sido el fallo histórico que se dictó el miércoles por la noche en la causa de la ESMA, una causa emblemática, tal vez la más cargada simbólicamente ya que nos remite a ese lugar maldito que representó el núcleo más visible y brutal del terrorismo de Estado. La ESMA es la dictadura, por sus mazmorras pasaron miles de hombres y mujeres que, en la mayoría de los casos, además de ser salvajemente torturados luego fueron asesinados. La ESMA, el juicio y la condena a los genocidas, constituye la mejor expresión de lo que implicó, desde la llegada de Néstor Kirchner al gobierno en mayo del 2003, el giró fundamental en relación con la política de derechos humanos, un giro que permitió, primero, anular las leyes de impunidad y los indultos, para luego, y reformada también la Corte Suprema de Justicia de la Nación –integrada ahora por jueces comprometidos con el Estado de derecho y dispuestos a caminar en el sentido de la reparación jurídica–, avanzar, aunque con demoras producto de un aparato judicial deudor, en muchos de sus estamentos, de las rémoras del pasado, por la senda de la Justicia logrando, de ese modo, que las otras dos palabras claves de la trilogía enarbolada por los movimientos de derechos humanos –memoria y verdad– se convirtieran, ¡por fin!, en una realidad visible y reparadora.
El tercer acontecimiento de esta semana inolvidable fue la jornada del jueves 27 en la que se cumplió el primer aniversario de la muerte de Néstor Kirchner. El mejor homenaje a un líder político extraordinario, que marcó a fondo la vida argentina de este comienzo de siglo, ha sido el reconocimiento popular a Cristina con ese caudaloso 54% (14 puntos por arriba del mágico 40% al que aspiraba Néstor para ganar en primera vuelta) y la inmensa alegría de ver condenados a los Acosta y a los Astiz. Lejos, esos dos acontecimientos constituyeron el mejor homenaje imaginable para un hombre que hizo de su vida una lucha continua por la justicia en su doble acepción de reparación social y judicial.
Pero la oposición, la verdadera y no las escuálidas fuerzas políticas que sufrieron una paliza monumental el domingo 23, lejos de aceptar la contundencia del apoyo social a Cristina y más lejos todavía de adaptarse a las exigencias de un proyecto que no ha dejado de tocar intereses corporativos y a destacar que la etapa actual estará signada por la búsqueda de la mayor igualdad posible, ya ha mostrado cuál es su respuesta y lo viene haciendo, con distintos grados de virulencia, desde el comienzo del mandato de Cristina en diciembre del 2007 (su punto más álgido, pero no el único, fue la avanzada destituyente de la Mesa de Enlace y su socio mediático). La fuga de capitales, la presión sobre el dólar y el intento de forzar una devaluación son las armas que viene utilizando para volver reales las profecías de la catástrofe. Evidenciando reflejos rápidos y como señal de lo que será el camino a recorrer en su tercer mandato, el Gobierno ha salido con contundencia a responderle a la fuga y a la especulación. Lo que sigue estando en juego, ahora como ayer, son proyectos antagónicos de país y lo que también ha quedado claro es que, a diferencia de otras etapas de la democracia argentina, el kirchnerismo no se replegará ante los chantajes ni las presiones sino que, por el contrario, como lo hizo en el 2008 y en el 2009, doblará la apuesta. Tal vez, estemos ante el punto de partida de aquello que, sin grandes precisiones, se viene anunciando como la “profundización del proyecto” y, a estas alturas de los acontecimientos, ya no habría que recordarle a la derecha restauracionista que cuando más y mejor responde el kirchnerismo es cuando lo desafían. Ahí está una de las enseñanzas de Néstor: no retroceder ni amilanarse y responder con inteligencia y reduplicando los esfuerzos transformadores.
La semana que dejamos atrás es más que elocuente respecto de lo que sigue en pugna en la Argentina pero, también, ha servido para manifestar caudalosamente el grado de apoyo y de movilización de una parte significativa, mayoritaria, de la sociedad a la hora de sostener el camino emprendido desde mayo del 2003. Alrededor de Cristina, de su liderazgo indiscutido, se ha constituido una fuerza social y política a la que ya no se la puede arredrar con golpes de mercado ni mucho menos con operaciones de prensa. Mientras tanto, el Gobierno seguirá dando señales elocuentes de hacia dónde quiere ir.
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