La semana política que pasó fue concluyente para redondear la interpretación del 14 de agosto, y tal vez para certificar lo que ocurrirá en octubre.
Es tan así que basta con recorrer las principales notas de opinión, entrevistas, títulos y coberturas de los medios opositores. Al margen de la militancia denuncista en que continúan emperrados, con mucho más de manipulación que de fortaleza probatoria, nunca fue tan ostensible el abatimiento de ese sector periodístico. Incluso ya podría hablarse de rotundez crítica, ante un arco dirigencial opositor que no puede parar de mostrarse impresentable. Hay una particularidad en esta observación y es que, electoralmente visto, lo ideológico queda corrido a un costado porque la fuerza de la realidad invita a no tomarse el trabajo de abordarlo.
Es tan así que basta con recorrer las principales notas de opinión, entrevistas, títulos y coberturas de los medios opositores. Al margen de la militancia denuncista en que continúan emperrados, con mucho más de manipulación que de fortaleza probatoria, nunca fue tan ostensible el abatimiento de ese sector periodístico. Incluso ya podría hablarse de rotundez crítica, ante un arco dirigencial opositor que no puede parar de mostrarse impresentable. Hay una particularidad en esta observación y es que, electoralmente visto, lo ideológico queda corrido a un costado porque la fuerza de la realidad invita a no tomarse el trabajo de abordarlo.
Eso no está bien. Nada bien. Pero debe admitirse que es una actitud instintiva porque no hay contienda. Sucede que, hasta más ver, deja de importar lo que se piense del Gobierno. Bueno, malo, brillante, regular, horrible, populista, corrupto, o cualquier adjetivo que se quiera, enfrente tiene la nada. Es literal. Puede argüirse que esto no es ninguna novedad; pero entre la primera vuelta en Capital y las elecciones cordobesas –ballottage y Santa Fe por medio– hubo la fantasía, ingenua u operada, de que no era así. Los medios y colegas que hoy se muestran desde absortos a indignados por las casi inverosímiles marchas y contramarchas opositoras, son los mismos que, hace unas semanas, hablaban del “hundimiento” del kirchnerismo.
Después de las primarias, el sacudón provocó un lapso en que prevalecieron piruetas opinativas, algunas desopilantes, a la búsqueda de justificar o apenas entender un voto popular antagónico con lo que –presuntamente– calculaban. Aun así, en los días subsiguientes a ese domingo ya se apreciaba un pase de facturas, de ética por lo menos muy blandengue, a la dirigencia derrotada. Análogo al súbito surgimiento de editorialistas que ahora citan el factor “¿y a quién querés que vote?”, como contraposición al vacío absoluto situado frente a Cristina, se supo leer y escuchar que de ninguna manera podría haber sucedido algo diferente.
La fragmentación opositora; su batalla de egos; la falta de propuestas convincentes; los spots de campaña fantasmagóricos fueron citados en varios artículos y comentarios con una facilidad idéntica a la que se habilitaron, antes del agosto 14, para no señalar con énfasis ninguna de esas deficiencias. Pero fue recién la semana pasada cuando estalló la incontinencia mediática, aunque no de sopetón, sino como desencadenante acumulado en las previas.
Se nuclearon dos elementos de contraste agudo. Por un lado, la Presidenta expandió una actividad de simbolismo y especificidad impactantes. La industria, el agro, la tecnología, el comercio, la asistencia social. Desplegó conceptos y anuncios por todas esas áreas, día tras día. Diríase que no hubo rama que no la viera haciendo rendir a sus pies a contertulios muy variados, munida de esa labia descollante que, sin asistencia de papeles, le permite desplegar cifras y convicciones que sirven tanto para descular el precio y características de la papa como para hurgar en las necesidades de valor agregado que requieren las exportaciones.
Los industriales, más que mudos, se preocuparon por aplaudir y no esquivar micrófonos posteriores de elogios sin ambages. Desde la Federación Agraria surgieron voces de apoyo a la ley de tierras y algunos de sus dirigentes cruzaron muy fuerte a unas figuritas de la oposición, parlamentaria y partidaria, capaces, primero, de querer transar el acuerdo con el proyecto a cambio de que en octubre haya boleta única, y después, de admitir públicamente que, por mucho que respalden la iniciativa, no deben dejar que el Ejecutivo les marque el paso.
Eduardo Buzzi (sí, el mismo) afirma que “Cristina está para el bronce”. Adiós final a la unidad de la Mesa de Enlace gauchócrata. Como marco referencial se estableció Tecnópolis, lo cual revela un buen ajuste en esa política de comunicación que durante el kirchnerismo supo rendirse a lo que diera la bartola. Se reclamaba la actualización de las asignaciones familiares, y así lo anunció la Presidenta. No se trató solamente de la exposición de su figura. Mercedes Marcó del Pont liquidó de un saque cualquier predicción frívola sobre el futuro del dólar, por ejemplo.
Lo antedicho no obsta que los odiantes del oficialismo persistan en sus excusas de amparo. Es mujer, viuda-actriz en vigencia, linda y con una capacidad de verso que impresiona a la gilada. Le tocó uno de los mejores momentos del mundo para los países emergentes. Se compran a los negros que no quieren trabajar, con planes sociales.
La gente ve lo que pasa en España y se cree que es mejor estar acá. Los superávit gemelos pueden desaparecer si explota la crisis internacional, pero nadie entiende qué quiere decir sobrante comercial ni fiscal, ni PBI, ni emisión monetaria. Se chorean lo que sea y es como con Menem, roba pero hace. Hay crecimiento pero no desarrollo. Te toman por boludo con la inflación. Vas a la esquina y no sabés si volvés vivo. Son guerrilleros reciclados que quieren vengarse. Se están cargando a Clarín, yo soy apolítico pero esto es como la dictadura. Es necesario el equilibrio en el Congreso. Ella ahorra en dólares, hay que ir a Calafate, es la dueña de todo el pueblo. Son peronistas, qué querés. Acá lo que hace falta es educación. Es bipolar. Son como las juventudes hitlerianas. No estaba en el cajón. ¿Vio la guacha de Bonafini? Conviene ser piquetero. Vos hablás así porque te paga el Gobierno. ¿Cuánto gasta la yegua en zapatos y carteras?
Adentro. Aceptado, pero con el pequeño problema de las alternativas. El hijo de Alfonsín menta en público un complot de Cobos. De Narváez les pide a los radicales, sus aliados, que alguna vez en la vida se decidan por algo. Mientras, negocia con El Alberto a la par de preguntarse quién habrá sido el oligofrénico que le recomendó un intento de suma con el radicalismo. La esposa de Duhalde se olvida el nombre de la empresa que según El Padrino fraguó el resultado electoral. Ernesto Sanz, titular partidario de la UCR y tirador de toalla profesional, habla bien del jingle mendocino que relativiza votar en contra del vencido de Chascomús.
Los cocoliches llegan al único acuerdo de fiscalizar las mesas de octubre en conjunto, para que quede bien claro que se mantendrán unidos durante el velatorio. Binner habla de que el partido socialista es la opción del siglo XXI; lo fustiga la vicegobernadora provincial con quien comparte alianza y Ricardito, que presenta un libro acerca de la evolución desarrollista y no junta cien personas de su propio partido, indica que el santafesino no tiene vocación de poder. De Pino no se sabe si volvió de Venecia. Morales Solá, en TN, la mira a Chiche, que circunspectamente advierte sobre un fraude escandaloso, con cara de “usted no estará hablando en serio, ¿no?”. Y la mística vuelve de México, dice que liberada, para ni siquiera toparse con alguien que le pregunte si es feliz. Gracias si suma el intendente porteño, que propone la utopía de trasladar su gobierno de avenida Rivadavia al sur.
Si a un lado hay presencia y gestión comprobables, y al otro una sucesión de sketches que le hacen la campaña al oficialismo, de ser por las elecciones presidenciales no se advierte que haya mucho más para decir.
Después de las primarias, el sacudón provocó un lapso en que prevalecieron piruetas opinativas, algunas desopilantes, a la búsqueda de justificar o apenas entender un voto popular antagónico con lo que –presuntamente– calculaban. Aun así, en los días subsiguientes a ese domingo ya se apreciaba un pase de facturas, de ética por lo menos muy blandengue, a la dirigencia derrotada. Análogo al súbito surgimiento de editorialistas que ahora citan el factor “¿y a quién querés que vote?”, como contraposición al vacío absoluto situado frente a Cristina, se supo leer y escuchar que de ninguna manera podría haber sucedido algo diferente.
La fragmentación opositora; su batalla de egos; la falta de propuestas convincentes; los spots de campaña fantasmagóricos fueron citados en varios artículos y comentarios con una facilidad idéntica a la que se habilitaron, antes del agosto 14, para no señalar con énfasis ninguna de esas deficiencias. Pero fue recién la semana pasada cuando estalló la incontinencia mediática, aunque no de sopetón, sino como desencadenante acumulado en las previas.
Se nuclearon dos elementos de contraste agudo. Por un lado, la Presidenta expandió una actividad de simbolismo y especificidad impactantes. La industria, el agro, la tecnología, el comercio, la asistencia social. Desplegó conceptos y anuncios por todas esas áreas, día tras día. Diríase que no hubo rama que no la viera haciendo rendir a sus pies a contertulios muy variados, munida de esa labia descollante que, sin asistencia de papeles, le permite desplegar cifras y convicciones que sirven tanto para descular el precio y características de la papa como para hurgar en las necesidades de valor agregado que requieren las exportaciones.
Los industriales, más que mudos, se preocuparon por aplaudir y no esquivar micrófonos posteriores de elogios sin ambages. Desde la Federación Agraria surgieron voces de apoyo a la ley de tierras y algunos de sus dirigentes cruzaron muy fuerte a unas figuritas de la oposición, parlamentaria y partidaria, capaces, primero, de querer transar el acuerdo con el proyecto a cambio de que en octubre haya boleta única, y después, de admitir públicamente que, por mucho que respalden la iniciativa, no deben dejar que el Ejecutivo les marque el paso.
Eduardo Buzzi (sí, el mismo) afirma que “Cristina está para el bronce”. Adiós final a la unidad de la Mesa de Enlace gauchócrata. Como marco referencial se estableció Tecnópolis, lo cual revela un buen ajuste en esa política de comunicación que durante el kirchnerismo supo rendirse a lo que diera la bartola. Se reclamaba la actualización de las asignaciones familiares, y así lo anunció la Presidenta. No se trató solamente de la exposición de su figura. Mercedes Marcó del Pont liquidó de un saque cualquier predicción frívola sobre el futuro del dólar, por ejemplo.
Lo antedicho no obsta que los odiantes del oficialismo persistan en sus excusas de amparo. Es mujer, viuda-actriz en vigencia, linda y con una capacidad de verso que impresiona a la gilada. Le tocó uno de los mejores momentos del mundo para los países emergentes. Se compran a los negros que no quieren trabajar, con planes sociales.
La gente ve lo que pasa en España y se cree que es mejor estar acá. Los superávit gemelos pueden desaparecer si explota la crisis internacional, pero nadie entiende qué quiere decir sobrante comercial ni fiscal, ni PBI, ni emisión monetaria. Se chorean lo que sea y es como con Menem, roba pero hace. Hay crecimiento pero no desarrollo. Te toman por boludo con la inflación. Vas a la esquina y no sabés si volvés vivo. Son guerrilleros reciclados que quieren vengarse. Se están cargando a Clarín, yo soy apolítico pero esto es como la dictadura. Es necesario el equilibrio en el Congreso. Ella ahorra en dólares, hay que ir a Calafate, es la dueña de todo el pueblo. Son peronistas, qué querés. Acá lo que hace falta es educación. Es bipolar. Son como las juventudes hitlerianas. No estaba en el cajón. ¿Vio la guacha de Bonafini? Conviene ser piquetero. Vos hablás así porque te paga el Gobierno. ¿Cuánto gasta la yegua en zapatos y carteras?
Adentro. Aceptado, pero con el pequeño problema de las alternativas. El hijo de Alfonsín menta en público un complot de Cobos. De Narváez les pide a los radicales, sus aliados, que alguna vez en la vida se decidan por algo. Mientras, negocia con El Alberto a la par de preguntarse quién habrá sido el oligofrénico que le recomendó un intento de suma con el radicalismo. La esposa de Duhalde se olvida el nombre de la empresa que según El Padrino fraguó el resultado electoral. Ernesto Sanz, titular partidario de la UCR y tirador de toalla profesional, habla bien del jingle mendocino que relativiza votar en contra del vencido de Chascomús.
Los cocoliches llegan al único acuerdo de fiscalizar las mesas de octubre en conjunto, para que quede bien claro que se mantendrán unidos durante el velatorio. Binner habla de que el partido socialista es la opción del siglo XXI; lo fustiga la vicegobernadora provincial con quien comparte alianza y Ricardito, que presenta un libro acerca de la evolución desarrollista y no junta cien personas de su propio partido, indica que el santafesino no tiene vocación de poder. De Pino no se sabe si volvió de Venecia. Morales Solá, en TN, la mira a Chiche, que circunspectamente advierte sobre un fraude escandaloso, con cara de “usted no estará hablando en serio, ¿no?”. Y la mística vuelve de México, dice que liberada, para ni siquiera toparse con alguien que le pregunte si es feliz. Gracias si suma el intendente porteño, que propone la utopía de trasladar su gobierno de avenida Rivadavia al sur.
Si a un lado hay presencia y gestión comprobables, y al otro una sucesión de sketches que le hacen la campaña al oficialismo, de ser por las elecciones presidenciales no se advierte que haya mucho más para decir.
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