La realidad de un país, lo sabemos, es mucho más que aquello que decimos que es. Su carnadura está hecha no sólo de materialidades más o menos palpables y de referencias compartibles que no exigen co La realidad es, también y fundamentalmente, una construcción de los múltiples actores sociales, culturales, políticos y económicos que habitan en su interior, una exuberante proliferación de lenguajes que la describen desde diversos ángulos y apelando a distintas percepciones. mpatibilizar miradas o perspectivas diferentes.
La realidad es, también y fundamentalmente, una construcción de los múltiples actores sociales, culturales, políticos y económicos que habitan en su interior, una exuberante proliferación de lenguajes que la describen desde diversos ángulos y apelando a distintas percepciones.
Ha sido y seguirá siendo un ámbito de conflictos y querellas interpretativas, un juego en el que los jugadores no siempre utilizan las mismas reglas y que, en muchos casos, vuelve casi imposible encontrar los puntos de coincidencia. El consensualismo respecto de la realidad termina allí donde empiezan a manifestarse los intereses contrapuestos que acaban por disparar perspectivas tan dispares de un mismo acontecimiento que, por lo general, el observador neutral, si lo hubiera, cree estar delante de dos hechos completamente opuestos que no responden a una misma realidad.
Y eso se verifica con mayor virulencia cuando lo que interesa es analizar resultados electorales en el interior de una coyuntura histórica en la que, después de mucho tiempo, en nuestro país el contenido del voto define de una manera decisiva el hacia dónde de esa realidad tan difícil de atrapar en una malla interpretativa intercambiable entre los distintos actores políticos. El litigio que divide la visión política de la sociedad también fragmenta las conclusiones que se puedan extraer de la contienda. Lo único sólido e incontrastable es el triunfo contundente de Cristina Fernández de Kirchner al frente de la fórmula presidencial que comparte con Amado Boudou, y la pobreza, para colmo fragmentada, de lo que cosechó la oposición. De ahí en más las conclusiones, algunas agudas e inteligentes, otras delirantes o impresentables por su endeblez argumentativa, buscarán darle un marco explicativo y referencial a un acontecimiento más que relevante.
Múltiples, variadas, contradictorias, antagónicas y diversas son, entonces, las interpretaciones que se vienen haciendo del contundente triunfo del Frente para la Victoria en las elecciones primarias del 14 de agosto y, sobre todas las cosas, del enorme reconocimiento popular a Cristina Fernández. Interpretaciones que van desde lo digno de ser analizado hasta lo canallesco, desde la revalorización de la recuperación de la política hasta el “voto plasma” del inefable Biolcati, desde la significación de lo que se denominó en otras oportunidades “la batalla cultural” como eje de un giro en la percepción social del kirchnerismo, hasta la búsqueda de una suerte de empatía entre el corrosivo “voto cuota” de la era menemista y el actual al gobierno nacional.
Análisis enfrentados que expresan, como no podía ser de otro modo, la conflictividad que atraviesa la vida argentina y el abismo que separa a gran parte de la oposición (incluyendo en esta definición a los grandes medios de comunicación y a sus periodistas estrellas), de aquellas otras interpretaciones que intentaron, y lo siguen haciendo, dar una explicación más ecuánime de un resultado electoral que invirtió, con intensidad inusitada, lo que hasta la mañana de aquel domingo parecía ser, según la máquina discursiva de la corporación mediática, el anticipo de una decadencia irrefrenable del propio kirchnerismo. Más del 50 por ciento de los votantes le dieron un mentís rotundo al deseo de la oposición que no supo, y no sabe, de qué manera hacerse cargo de su estrepitoso fracaso. Un espeso velo construido de ficciones y de recortes escandalosos de la realidad se corrió y dejó al descubierto aquello que no se decía y que no se mostraba. La impudicia con la que los principales grupos mediáticos fueron “construyendo” la realidad que vomitaron sobre la sociedad con la complicidad de periodistas e intelectuales autodefinidos como independientes y por opositores absolutamente funcionales a los intereses de esos grupos, terminó por convertirse en un gigantesco boomerang que descorrió ese velo generando la oportunidad de observar aquello que la fábula comunicacional terminó por creer que era la “verdadera” realidad.
Tratando de reflexionar con algo más de hondura aunque sin abandonar los clisés del diario en el que escribe su nota de opinión, el politólogo Vicente Palermo introduce la categoría, algo forzada, de “clima de época”, para explicarle al lector de Clarín por qué ganó Cristina y lo hace destacando, contra lo que venía sosteniendo la oposición política y mediática con especial énfasis después de las elecciones en Buenos Aires, Santa Fe y Córdoba, que el “kirchnerismo fue eficaz en la creación de un clima de época”, es decir y traduciendo al autor, que en verdad todo aquello que era invisible de acuerdo a la construcción de realidad de la oposición fue vivido como efectivamente real por gran parte de la sociedad. Palermo, y esto más allá de las derivaciones de su artículo que no discuto acá aunque me resultan prejuiciosas y en gran parte descalificadoras del Gobierno y sin argumentos sólidos salvo la consabida referencia a la corrupción y al casi despotismo presidencial, reafirma el peso del “relato” en la contienda por el sentido. Ellos, las grandes corporaciones económico-mediáticas y sus correas de transmisión –los partidos de oposición–, simplemente fueron derrotados en el plano en el que el discurso y la realidad se tocan pero bajo la condición, impresa por el kirchnerismo, de volver verosímil su propio relato que, eso el autor lo señala enfáticamente y casi como un deseo, es insostenible en el tiempo. Veremos.
Claro que en el interior del otrora relato hegemónico (ese que pareció llevarse todo por delante a partir de la alianza de la Mesa de Enlace con la corporación mediática) se fueron abriendo, a lo largo de estos años y por una decidida acción contracultural que salió a disputar ese relato hasta entonces dominante, grietas que acabarían por fragmentar lo que antes aparecía como un muro impenetrable y sólido. En todo caso, lo que fue quedando cada vez más claro es que la disputa por el sentido constituye uno de los momentos decisivos en la construcción de un proyecto que aspira a transformar la repetición inercial de una realidad que, desde hace mucho tiempo, venía siendo definida, en su materialidad y en sus contenidos discursivos, por los grupos dominantes de la vida económica. Lo que comprendió el kirchnerismo fue que la “materialidad” de lo real se compone, también, de formas subjetivas, de trazos culturales y de construcciones de sentido que terminan por definir el destino de una sociedad y el carácter de la hegemonía que la atraviesa. Estaría tentado a escribir que la elección del 14 de agosto cerró, por ahora, la etapa abierta en marzo de 2008 cuando se desató la acción destituyente de la alianza agromediática.
Volvamos, entonces, a las diferentes interpretaciones de un mismo acontecimiento electoral. Por un lado, y rápidos de reflejos nacidos de su cinismo consuetudinario, los principales periodistas y columnistas de los medios hegemónicos se abalanzaron, como lobos sedientos de venganza, contra aquellos políticos de la oposición que no habían estado a la altura de las circunstancias oscureciendo, una vez más, su propia responsabilidad en el modo como determinaron la agenda de esa misma oposición que, al menos desde el conflicto por la 125, no viene haciendo otra cosa que actuar de acuerdo al guión escrito desde las usinas mediáticas transformando a sus fuerzas políticas en sombras plañideras que poco y nada representan.
El patético papel jugado por el radicalismo, su transformación en un partido conservador cada vez más escuálido; el inaudito giro de Ricardo Alfonsín desde supuestas posiciones progresistas (que lo vinculaban con su padre y su búsqueda de un radicalismo de matriz socialdemócrata) hasta la absurda alianza con De Narváez, expresan, junto con la autodestrucción de fuerzas como la Coalición Cívica que fue devorada por las llamas del Apocalipsis anunciado por Elisa Carrió y Proyecto Sur de Pino Solanas que no pudo zafar de la fuerza aniquiladora de un ego oportunista que redujo a casi cero un interesante capital político, la errancia y el desconcierto de una oposición que, para colmo de males, tuvo que soportar las groseras y mezquinas descalificaciones de los mismos que el día anterior les manifestaban su inmaculado apoyo mediático.
Tal vez, los mejores de entre los miembros de una oposición vaciada de alma y de tradiciones, alcancen a sacar alguna enseñanza de este fracaso, enseñanza que, quizá, los libere de ese brutal abrazo de oso de una corporación, la mediática, que no ha hecho otra cosa que deglutirse a todos aquellos que creyeron que por estar junto a ella y responder a sus intereses podrían crecer en la estima del electorado. El precio que pagaron es el del ridículo y el de la aceleración de una crisis que todavía nos ofrecerá nuevas circunstancias patéticas (ya podemos ver al pequeño señor Cobos tratar de sacar partido de la paupérrima cosecha de la UCR y proponiéndose, vaya chiste, como el reconstructor partidario, o a su otro comprovinciano, aquel de la frase brutal de que la asignación universal por hijo había aumentado el consumo de paco y el juego de bingo entre los pobres, me refiero a Ernesto Sanz que, ahora, y suelto de cuerpo, llama a impedir que en octubre el triunfo de Cristina anule la independencia de los poderes al garantizarle al oficialismo una cómoda mayoría parlamentaria –ese mismo argumento viene siendo utilizado por Morales Solá y otros escribas del establishment como nuevo caballito de batalla–). ¿Recuerda, el amigo lector, aquel argumento, utilizado por la derecha continental y entre nosotros por Mariano Grondona, de que en los países definidos como “populistas” (el peor y más dañino de los males de acuerdo a esta mirada) la propia democracia está siendo puesta en riesgo desde adentro de sus instituciones por el proceso de hegemonía autoritaria que proviene de esos gobiernos demagógicos? Tendrían que tratar de ser un poco más originales nuestros opositores y no parecerse tanto a la derecha hondureña o venezolana.
Saliendo del pantano opositor y de sus intérpretes bizarros, nos encontramos con otras miradas. Hoy me gustaría detenerme en la de Edgardo Mocca, que en un artículo publicado en Página 12 el último domingo, destacó la significación de la dimensión político-cultural en el proceso de recuperación del propio kirchnerismo, dimensión que, por supuesto, debe ponerse en relación con la matriz económica y social que, como es obvio, ha logrado calar muy hondo en gran parte de la sociedad. Mocca destaca la vocación de Néstor y Cristina Kirchner en los momentos más difíciles por llevar adelante lo que él llama una “política contracultural” que buscó enfrentar a la máquina mediática del establishment corporativo.
Es en este sentido que le otorga un papel muy significativo a lo que hicieron desde el conflicto por la 125 los intelectuales de Carta Abierta y al papel de ruptura de la hegemonía mediática de parte del programa televisivo 6, 7, 8. En esas dos experiencias distintas pero complementarias, Mocca lee uno de los ejes de la transformación del capital simbólico que, agregándole por supuesto otras cuestiones fundamentales, contribuyó a la recuperación exponencial del kirchnerismo (el camino que fue del gran debate por una ley de servicios audiovisuales, pasando por la asignación universal, la osadía y la inteligencia para organizar los festejos del Bicentenario y, claro, el tremendo impacto de la muerte de Néstor Kirchner y de su apropiación popular como un acontecimiento excepcional y decisivo de la vida argentina, más el crecimiento enorme de la figura de Cristina sirvieron para dar vuelta la estrategia de la derecha y alcanzar el extraordinario resultado del 14 de agosto).
Lectura, entonces, la de Mocca que valoriza adecuadamente la dimensión político-cultural como un componente central en esta actualidad atravesada por la consolidación del liderazgo de Cristina y el absoluto desconcierto de la oposición, apartándose de aquellas otras interpretaciones que intentan reducir toda la cuestión a lo económico perdiendo de vista que aquello que venimos denominando “la realidad” se compone, también, de esas dimensiones constituidoras de sujetos y relatos que suelen ser decisivos a la hora de definir los giros hegemónicos. Algo de eso había anticipado, con su habitual intuición política, Néstor Kirchner cuando eligió, a una semana de la derrota de junio de 2009, hacer su primera aparición pública en una asamblea de Carta Abierta en la que reafirmó su convicción en el proyecto y en revertir el magro resultado electoral. El tiempo le dio la razón en esto como en tantas otras cosas. Lo demás es cuestión de interpretaciones.
Ha sido y seguirá siendo un ámbito de conflictos y querellas interpretativas, un juego en el que los jugadores no siempre utilizan las mismas reglas y que, en muchos casos, vuelve casi imposible encontrar los puntos de coincidencia. El consensualismo respecto de la realidad termina allí donde empiezan a manifestarse los intereses contrapuestos que acaban por disparar perspectivas tan dispares de un mismo acontecimiento que, por lo general, el observador neutral, si lo hubiera, cree estar delante de dos hechos completamente opuestos que no responden a una misma realidad.
Y eso se verifica con mayor virulencia cuando lo que interesa es analizar resultados electorales en el interior de una coyuntura histórica en la que, después de mucho tiempo, en nuestro país el contenido del voto define de una manera decisiva el hacia dónde de esa realidad tan difícil de atrapar en una malla interpretativa intercambiable entre los distintos actores políticos. El litigio que divide la visión política de la sociedad también fragmenta las conclusiones que se puedan extraer de la contienda. Lo único sólido e incontrastable es el triunfo contundente de Cristina Fernández de Kirchner al frente de la fórmula presidencial que comparte con Amado Boudou, y la pobreza, para colmo fragmentada, de lo que cosechó la oposición. De ahí en más las conclusiones, algunas agudas e inteligentes, otras delirantes o impresentables por su endeblez argumentativa, buscarán darle un marco explicativo y referencial a un acontecimiento más que relevante.
Múltiples, variadas, contradictorias, antagónicas y diversas son, entonces, las interpretaciones que se vienen haciendo del contundente triunfo del Frente para la Victoria en las elecciones primarias del 14 de agosto y, sobre todas las cosas, del enorme reconocimiento popular a Cristina Fernández. Interpretaciones que van desde lo digno de ser analizado hasta lo canallesco, desde la revalorización de la recuperación de la política hasta el “voto plasma” del inefable Biolcati, desde la significación de lo que se denominó en otras oportunidades “la batalla cultural” como eje de un giro en la percepción social del kirchnerismo, hasta la búsqueda de una suerte de empatía entre el corrosivo “voto cuota” de la era menemista y el actual al gobierno nacional.
Análisis enfrentados que expresan, como no podía ser de otro modo, la conflictividad que atraviesa la vida argentina y el abismo que separa a gran parte de la oposición (incluyendo en esta definición a los grandes medios de comunicación y a sus periodistas estrellas), de aquellas otras interpretaciones que intentaron, y lo siguen haciendo, dar una explicación más ecuánime de un resultado electoral que invirtió, con intensidad inusitada, lo que hasta la mañana de aquel domingo parecía ser, según la máquina discursiva de la corporación mediática, el anticipo de una decadencia irrefrenable del propio kirchnerismo. Más del 50 por ciento de los votantes le dieron un mentís rotundo al deseo de la oposición que no supo, y no sabe, de qué manera hacerse cargo de su estrepitoso fracaso. Un espeso velo construido de ficciones y de recortes escandalosos de la realidad se corrió y dejó al descubierto aquello que no se decía y que no se mostraba. La impudicia con la que los principales grupos mediáticos fueron “construyendo” la realidad que vomitaron sobre la sociedad con la complicidad de periodistas e intelectuales autodefinidos como independientes y por opositores absolutamente funcionales a los intereses de esos grupos, terminó por convertirse en un gigantesco boomerang que descorrió ese velo generando la oportunidad de observar aquello que la fábula comunicacional terminó por creer que era la “verdadera” realidad.
Tratando de reflexionar con algo más de hondura aunque sin abandonar los clisés del diario en el que escribe su nota de opinión, el politólogo Vicente Palermo introduce la categoría, algo forzada, de “clima de época”, para explicarle al lector de Clarín por qué ganó Cristina y lo hace destacando, contra lo que venía sosteniendo la oposición política y mediática con especial énfasis después de las elecciones en Buenos Aires, Santa Fe y Córdoba, que el “kirchnerismo fue eficaz en la creación de un clima de época”, es decir y traduciendo al autor, que en verdad todo aquello que era invisible de acuerdo a la construcción de realidad de la oposición fue vivido como efectivamente real por gran parte de la sociedad. Palermo, y esto más allá de las derivaciones de su artículo que no discuto acá aunque me resultan prejuiciosas y en gran parte descalificadoras del Gobierno y sin argumentos sólidos salvo la consabida referencia a la corrupción y al casi despotismo presidencial, reafirma el peso del “relato” en la contienda por el sentido. Ellos, las grandes corporaciones económico-mediáticas y sus correas de transmisión –los partidos de oposición–, simplemente fueron derrotados en el plano en el que el discurso y la realidad se tocan pero bajo la condición, impresa por el kirchnerismo, de volver verosímil su propio relato que, eso el autor lo señala enfáticamente y casi como un deseo, es insostenible en el tiempo. Veremos.
Claro que en el interior del otrora relato hegemónico (ese que pareció llevarse todo por delante a partir de la alianza de la Mesa de Enlace con la corporación mediática) se fueron abriendo, a lo largo de estos años y por una decidida acción contracultural que salió a disputar ese relato hasta entonces dominante, grietas que acabarían por fragmentar lo que antes aparecía como un muro impenetrable y sólido. En todo caso, lo que fue quedando cada vez más claro es que la disputa por el sentido constituye uno de los momentos decisivos en la construcción de un proyecto que aspira a transformar la repetición inercial de una realidad que, desde hace mucho tiempo, venía siendo definida, en su materialidad y en sus contenidos discursivos, por los grupos dominantes de la vida económica. Lo que comprendió el kirchnerismo fue que la “materialidad” de lo real se compone, también, de formas subjetivas, de trazos culturales y de construcciones de sentido que terminan por definir el destino de una sociedad y el carácter de la hegemonía que la atraviesa. Estaría tentado a escribir que la elección del 14 de agosto cerró, por ahora, la etapa abierta en marzo de 2008 cuando se desató la acción destituyente de la alianza agromediática.
Volvamos, entonces, a las diferentes interpretaciones de un mismo acontecimiento electoral. Por un lado, y rápidos de reflejos nacidos de su cinismo consuetudinario, los principales periodistas y columnistas de los medios hegemónicos se abalanzaron, como lobos sedientos de venganza, contra aquellos políticos de la oposición que no habían estado a la altura de las circunstancias oscureciendo, una vez más, su propia responsabilidad en el modo como determinaron la agenda de esa misma oposición que, al menos desde el conflicto por la 125, no viene haciendo otra cosa que actuar de acuerdo al guión escrito desde las usinas mediáticas transformando a sus fuerzas políticas en sombras plañideras que poco y nada representan.
El patético papel jugado por el radicalismo, su transformación en un partido conservador cada vez más escuálido; el inaudito giro de Ricardo Alfonsín desde supuestas posiciones progresistas (que lo vinculaban con su padre y su búsqueda de un radicalismo de matriz socialdemócrata) hasta la absurda alianza con De Narváez, expresan, junto con la autodestrucción de fuerzas como la Coalición Cívica que fue devorada por las llamas del Apocalipsis anunciado por Elisa Carrió y Proyecto Sur de Pino Solanas que no pudo zafar de la fuerza aniquiladora de un ego oportunista que redujo a casi cero un interesante capital político, la errancia y el desconcierto de una oposición que, para colmo de males, tuvo que soportar las groseras y mezquinas descalificaciones de los mismos que el día anterior les manifestaban su inmaculado apoyo mediático.
Tal vez, los mejores de entre los miembros de una oposición vaciada de alma y de tradiciones, alcancen a sacar alguna enseñanza de este fracaso, enseñanza que, quizá, los libere de ese brutal abrazo de oso de una corporación, la mediática, que no ha hecho otra cosa que deglutirse a todos aquellos que creyeron que por estar junto a ella y responder a sus intereses podrían crecer en la estima del electorado. El precio que pagaron es el del ridículo y el de la aceleración de una crisis que todavía nos ofrecerá nuevas circunstancias patéticas (ya podemos ver al pequeño señor Cobos tratar de sacar partido de la paupérrima cosecha de la UCR y proponiéndose, vaya chiste, como el reconstructor partidario, o a su otro comprovinciano, aquel de la frase brutal de que la asignación universal por hijo había aumentado el consumo de paco y el juego de bingo entre los pobres, me refiero a Ernesto Sanz que, ahora, y suelto de cuerpo, llama a impedir que en octubre el triunfo de Cristina anule la independencia de los poderes al garantizarle al oficialismo una cómoda mayoría parlamentaria –ese mismo argumento viene siendo utilizado por Morales Solá y otros escribas del establishment como nuevo caballito de batalla–). ¿Recuerda, el amigo lector, aquel argumento, utilizado por la derecha continental y entre nosotros por Mariano Grondona, de que en los países definidos como “populistas” (el peor y más dañino de los males de acuerdo a esta mirada) la propia democracia está siendo puesta en riesgo desde adentro de sus instituciones por el proceso de hegemonía autoritaria que proviene de esos gobiernos demagógicos? Tendrían que tratar de ser un poco más originales nuestros opositores y no parecerse tanto a la derecha hondureña o venezolana.
Saliendo del pantano opositor y de sus intérpretes bizarros, nos encontramos con otras miradas. Hoy me gustaría detenerme en la de Edgardo Mocca, que en un artículo publicado en Página 12 el último domingo, destacó la significación de la dimensión político-cultural en el proceso de recuperación del propio kirchnerismo, dimensión que, por supuesto, debe ponerse en relación con la matriz económica y social que, como es obvio, ha logrado calar muy hondo en gran parte de la sociedad. Mocca destaca la vocación de Néstor y Cristina Kirchner en los momentos más difíciles por llevar adelante lo que él llama una “política contracultural” que buscó enfrentar a la máquina mediática del establishment corporativo.
Es en este sentido que le otorga un papel muy significativo a lo que hicieron desde el conflicto por la 125 los intelectuales de Carta Abierta y al papel de ruptura de la hegemonía mediática de parte del programa televisivo 6, 7, 8. En esas dos experiencias distintas pero complementarias, Mocca lee uno de los ejes de la transformación del capital simbólico que, agregándole por supuesto otras cuestiones fundamentales, contribuyó a la recuperación exponencial del kirchnerismo (el camino que fue del gran debate por una ley de servicios audiovisuales, pasando por la asignación universal, la osadía y la inteligencia para organizar los festejos del Bicentenario y, claro, el tremendo impacto de la muerte de Néstor Kirchner y de su apropiación popular como un acontecimiento excepcional y decisivo de la vida argentina, más el crecimiento enorme de la figura de Cristina sirvieron para dar vuelta la estrategia de la derecha y alcanzar el extraordinario resultado del 14 de agosto).
Lectura, entonces, la de Mocca que valoriza adecuadamente la dimensión político-cultural como un componente central en esta actualidad atravesada por la consolidación del liderazgo de Cristina y el absoluto desconcierto de la oposición, apartándose de aquellas otras interpretaciones que intentan reducir toda la cuestión a lo económico perdiendo de vista que aquello que venimos denominando “la realidad” se compone, también, de esas dimensiones constituidoras de sujetos y relatos que suelen ser decisivos a la hora de definir los giros hegemónicos. Algo de eso había anticipado, con su habitual intuición política, Néstor Kirchner cuando eligió, a una semana de la derrota de junio de 2009, hacer su primera aparición pública en una asamblea de Carta Abierta en la que reafirmó su convicción en el proyecto y en revertir el magro resultado electoral. El tiempo le dio la razón en esto como en tantas otras cosas. Lo demás es cuestión de interpretaciones.
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