OPINION
Evita: brazo ejecutor del fértil mapa imaginativo de Perón
Por Adolfo Rocasalbas
1919. Era crítica la época. La convulsión política y la inestabilidad social jaqueaban la realidad cotidiana de los argentinos.
La memoria colectiva sería de forma indeleble marcada a fuego con los resabios y lamentos de la Semana Trágica. La masa obrera no era aún comprendida ni escuchada y sus dirigentes -en ese mundillo gremial anarquizado- recalaban asiduamente en Villa Devoto.
"Tengo una ambición, una sola y gran ambición personal. Que de mí se diga cuando se escriba el capítulo maravilloso que la historia seguramente dedicará a Perón, que hubo al lado de Perón una mujer que se dedicó a llevarle al Presidente las esperanzas del pueblo, que luego Perón convertía en hermosas realidades".
"Y que a esa mujer el pueblo la llamaba cariñosamente Evita.
Nada más que Evita quise ser cuando me decidí a luchar codo a codo con los trabajadores y puse mi corazón al servicio de ellos", había afirmado a manera de despedida desde su lecho de enferma el 31 de agosto de 1951, al renunciar a la candidatura a vicepresidente.
General Viamonte, partido bonaerense de Los Toldos. Era la madrugada del 7 de mayo de 1919 -en plena Semana Trágica- y la recién nacida no podía imaginar que una treintena de años después -en la flor de su apogeo y juventud, amada e idolatrada, odiada y escarnecida-, pronunciaría esa desgarradora despedida.
Fue creciendo y comprobando la desolación que la rodeaba, emparentada con un sentimiento creciente de rebeldía ante la injusticia y la impunidad del poderoso. Esa realidad sellaría de manera definitiva su destino. No se acostumbraría nunca a que los manipuladores de cifras y cálculos matemáticos dilapidaran en París los dineros producidos por los aún "parias" del trabajo.
La marginalidad y el caudillismo político corroían por entonces las esperanzas de un pueblo olvidado y sumergido. Eran tiempos de oprobio, de empanadas y vino, de sufragio cantado, del "usted ya votó", del garrote y la imposición, del caballo del comisario, de la entrega y el usufructo minoritario de la chacra colonial.
Epocas a las que María Eva nunca se resignó y que marcaron para siempre su niñez y adolescencia. Un destino trágico selló su vida, un sino casi dibujado de antemano. Vio la luz en plena Semana Trágica, en ese tiro al blanco contra los obreros, que luego levantó de las tinieblas del abandono y el engaño.
Llegó a Buenos Aires desde Junín, en 1935, cuando el pueblo estupefacto era un pañuelo de lágrimas por la desaparición trágica de Carlos Gardel, y conoció al hombre de su vida y realizador de sus sueños y encantos juveniles en enero de 1944, cuando San Juan se desplomó y fue víctima del encono y la ira de la tierra.
Fue, al igual que Juan Perón -"el hombre de mi pueblo", como gustaba señalar- una predestinada, una iluminada no iluminista. En su pecho ardían las banderas de justicia por las que ofrendó su vida. Alegre, tierna, descarnada y conscientemente.
Ningún discípulo del tres veces presidente legal y constitucional llevó adelante como ella y con tamaña unidad de concepción y de acción el filosófico concepto biológico peronista: "Quien renuncia a la política, renuncia a la lucha, y quien renuncia a la lucha, renuncia a la vida, porque la vida es lucha".
Al momento de su natalicio, China asistía a una profunda agitación nacionalista; el Mahatma Gandhi (alma grande) iniciaba su acción de liberación en la India; en Irlanda ya corría a raudales la sangre de la guerra civil y, en otro escenario, el enfrentamiento armado greco-turco hacía crisis.
En Buenos Aires, al mismo tiempo, aparecían las revistas Billiken y El Gráfico, mientras Perón adaptaba el reglamento de gimnasia militar para el Ejército.
Fue "la Eva" para la clase dominante y el antiperonismo a ultranza, es decir, para la minoría que jamás perdonó ni pudo tolerar la estampida popular que la desalojó durante una década de su posición acomodaticia y de privilegio. Y fue "Evita", simplemente "Evita", para millones de trabajadores, ancianos y niños que hasta levantaron altares en su nombre y homenaje.
Ella dibujó por primera vez en el país una sonrisa en los rostros infantiles y seniles. Inundó la República y su historia -como nunca antes ni después- de hogares-escuela, de escuelas de tránsito, de ciudades infantiles, de barrios obreros, de clínicas, hospitales y policlínicos, de atractivas colonias de vacaciones, de una legislación de avanzada que reivindicó, entre otras muchas cosas, el cercenado derecho femenino al voto.
Dignificó y entregó a manos llenas, amamantó la felicidad popular, palpó la devoción por su figura y la del líder sin necesidad alguna de estadísticas, encuestas o empresas consultoras.
Sus guarismos preelectorales se medían por la felicidad del pueblo y la grandeza nacional, precisamente porque en ella se había hecho carne aquello de que "mejor que decir es hacer y mejor que prometer es realizar".
No necesitó de retóricas ni sofismas ni debió recurrir a solicitadas o anuncios espectaculares. Su obra estaba allí, desde la Fundación que llevó su nombre, desparramada a lo largo y a lo ancho del país.
La "Abanderada de los Humildes", el "Hada Buena", la "Jefa Espiritual de la Nación" fue paulatinamente constituyéndose en un férreo puente de amor entre el líder y su pueblo, en mensajera de la columna vertebral del Movimiento Nacional: los trabajadores.
Fue conciencia argentina, mística revolucionaria, fe y pasión, mito y leyenda, realidad y concreciones, el brazo ejecutor del poderoso y fértil mapa imaginativo de la intelectualidad de Perón. Abrazó su causa mucho más que a un ser querido: abrazó su lucha y su doctrina, porque sólo ello justificó su paso por la vida.
Octubre de 1945 fue una verdadera fiesta. La vio radiante, primaveral y comprometida con una causa superior "a mis propias fuerzas", levantisca y llena de mística revolucionaria. En esa jornada, que partió y quebró de manera definitiva en dos la historia argentina, aplastó el odio vernáculo de los cenáculos intelectuales opuestos a las reivindicaciones populares.
Su deceso, a las 20.25 de aquel frío 26 de julio de 1952, bajó de forma momentánea los brazos de todo un pueblo. El justicialismo debe reconstruir hoy su obra y su palabra humilde: "Abrazada a la Patria, todo lo daré, porque todavía hay quienes sufren, porque todavía hay enfermos y existe una lágrima que enjugar".
Los trabajadores argentinos, por quienes luchó y murió tan solo a los 33 años y en cuya sede sindical reposó hasta que el odio liberal y oligárquico de 1955 la obligó a emprender un largo viaje de sinsabores allende las fronteras, recuerdan hoy el natalicio de quien levantó sus miradas y vidas hacia un horizonte mejor.
"Heroína y compañera, de infortunios camarada, la sublime abanderada fue del líder mensajera. Raza y honor la bandera por su pueblo soberano. Es ariete americano, musa gaucha del caudillo, que fue encendiendo pavilos, en la noche del engaño", le cantó un gran poeta argentino.
GENTILEZA: COMPAÑERO ADOLFO ROCASALBAS/
AGENCIA NACIONAL DE NOTICIAS TELAM.
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