La dialéctica del absurdo
por Jorge Rachid
Lo contrario del absurdo suele ser lo lógico, a menos que la dialéctica lo transforme en otro absurdo, en cuyo caso la dialéctica dejaría de ser tal, de tener sentido, al abandonar la base conceptual de la tesis y la antítesis, o sea la teoría de los contrapuestos en la cual se basa. ¿A que viene este delirio del autor de éstas líneas, dirán los lectores?
Viene a cuento que parece que la política se ha transformado en el lugar del entierro de las argumentaciones del pensamiento lógico, que expone posiciones donde priman las respuestas contundentes, las afirmaciones, antes que las búsquedas desde la elaboración, en una batalla rastrera y mediocre, que estigmatiza de mal modo la política y deteriora siglos de pensamiento vertebrados desde la dialéctica del conocimiento profundo, que siempre llevó a una nueva síntesis en cada período histórico, luego de la confrontación de las ideas.
Esas nuevas síntesis sin dudas marcaron hitos en la historia universal, ya sea en la cultura occidental desde los griegos en adelante o de los orientales basados en una lógica común, trascendente espiritual pero de base profunda en la búsqueda de la verdad, como utopía permanente, motor de la vida del hombre. Esa utopía traducida en esperanza es lo que alimentó siempre la identidad y la cultura de los pueblos, en esos parámetros se desarrolló el mundo conocido y el legado de nuestros antepasados que recibimos como patrimonio histórico y que llamamos destino común, característica indispensable de la constitución de un pueblo como tal. Con sólo recorrer la historia se multiplicarán los ejemplos de pueblos que aún en la diáspora conservaron su identidad y otros ocupados, colonizados, no fueron doblegados, y aquellos que intentaron ser arrasados en su historia más querida, cada vez que se sacudieron la vejación y recuperaron su libertad de acción y pensamiento propio, comenzaron a transitar rápidamente un camino común de reconstrucción nacional.
Estas reflexiones pretenden humildemente disparar un proceso autocrítico desde el pensamiento, de aquellos actores de la política nacional, se encuentren en el lugar que se encuentren ubicados en relación al gobierno nacional. También para todos aquellos que sin ser actores somos sembradores, militantes, comprometidos desde cualquier quehacer profesional o comunitario, delegados gremiales, estudiantes activos u opinólogos de cualquier tipo, ya que entre todos hacemos el país.
Cualquiera de los sectores puede estar en contra absolutamente del gobierno nacional pero, ¿cómo pueden sectores del campo nacional confrontar, desde la recuperada ingeniería legal del andamiaje de los derechos del trabajador después de los años que costó restituir el Consejo del Salario, las Convenciones Colectivas, el Consejo Económico Social, discutir la reglamentación de la participación en las ganancias, la ampliación de la cobertura social de jubilados y pensionados hasta casi el 90% de cobertura, la Asignación Universal por Hijo, la nacionalización de las saqueadoras AFJP, la Ley de Medios y al democratización de la información, la política de Derechos Humanos con la recuperación en base de memoria y justicia, el UNASUR, la ampliación en casi 5 millones de empleos, entre tantas cosas?
Pararse desde lo opuesto, en el rechazo, como oposición, significa como mínimo elaborar una argumentación sólida, que se parezca a algo parecido al punto de vista del campo nacional y popular.
Enterraríamos la dialéctica si la oposición es por la oposición misma, por ganar un lugar en la grilla electoral siempre perversa, que es cuando la política pierde contextura y densidad e invade una lógica lúdica, del todo vale, que desplaza los intereses del país, los posterga “sine die” en función del posicionamiento partidario o personal como objetivo trascendente, presentado siempre al estilo de las películas yanquis donde el héroe es siempre individual, donde el destino de los pueblos los protagonizan personas sublimes, únicas, indestructibles, inmaculadas, que logran torcer el rumbo ruinoso de las catástrofes que se avecinan. Son ellas o el caos, son lo “correcto” o la nada, son aquello que el imaginario espera como el Mesías para llevarlo a su mesa de luz.
Ser oficialista por otra parte es estigmatizado como si no pudiesen existir pensamientos diferentes a los enarbolados por los factores de poder. Se lo asocia a corrupción, a analfabetismo político, prepotencia y violencia como condimentos indispensables, se lo combina con todo lo doloroso desde los crímenes hasta las condiciones meteorológicas.
También sucede este tipo de situaciones de confrontación política sin contenidos, porque algunos habitantes del poder justifican todo, sin beneficio de inventario, cuando todos sabemos que la principal deslealtad desde nuestro pensamiento doctrinariamente peronista es la obsecuencia. Hay cuestiones de estado que no están bien y debemos decirlo, además de decirlo militarlo en la dinámica diaria, en lo cotidiano justamente para no dar lugar a quienes desde la defensa irrestricta de los intereses concentrados, aprovechan los pliegues de las hipotecas postergadas en un proceso político que ha abierto caminos insospechados de reconstrucción nacional.
Darle estatura ideológica al proceso político, transforma lo táctico en estratégico, permite avanzar en la nueva síntesis desde la confrontación de los opuestos. Ya que no lo hace el adversario político que defiende empresas, dictaduras, espejo social demócratas europeos, añoran alineamientos automáticos con el imperio, debemos hacerlo nosotros, quienes tenemos un compromiso nacional, debemos provocar el debate en cada área de este gobierno que tenga deudas sociales pendientes. Ayudar es visibilizar los problemas, no esconderlos. Esconderlos no ayuda y deteriora la gestión del mismo gobierno que apoyamos.
“Con la verdad no miento ni ofendo” nos marcó el gran Artigas desde la historia. Construir el futuro es hacerlo con humildad y sin rencor, dando paso a las nuevas generaciones sin especulaciones y con traslado pleno de nuestras vivencias, sin pretender trasladarlas en forma automática al debate actual, que contiene nuevos signos, nuevas situaciones y nuevas miradas acordes a los tiempos.
Nuestro deber de sembrar no implica clonar, es difundir, pregonar, adoctrinar desde el lugar que nos toca estar en este momento histórico en donde están cambiando los paradigmas de los próximos tiempos, después de años de claudicaciones, persecuciones, pérdidas de libertades y conducciones solapadas en las sombras de intereses dominantes, que ejercían el poder, determinaban nuestras vidas sin nosotros saberlo, parecía lo natural, hasta lo lógico, el típico transitar del colonizado cultural.
Hemos recuperado en los últimos años, con este gobierno, la dialéctica de la confrontación que siempre es buena en la consolidación de ideas, marchamos hacia una nueva síntesis que debe darse en el imaginario colectivo del pueblo argentino, único propietario de su historia.
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