Las líneas de explotación entre trabajo infantil, mano de obra emigrante, trabajo explotador, trabajo ilegal y tráfico de personas, son tan tenues que puede ser fácil perder de vista el tema tráfico humano, señala el estudio de la organización civil Visión Mundial.
Distrito Federal, México. 14 set, Agencia Infancia Hoy.- Cuando ocurre cualquiera de estas situaciones de explotación laboral, es probable que un porcentaje, de pequeño a mediano, de la fuerza laboral sea víctima del tráfico humano. Ellos están trabajando en actividades reconocidas y visibles, incluyendo restaurantes, retiro de basura, mendicidad, trabajo doméstico, agricultura y mano de obra en fábricas, son los nombrados con modismos canguritos, zorras, boleritos, canasteros o cerillitos. Por ejemplo, es un hecho que se trafican niños para la mendicidad u otras actividades callejeras y luego, a medida que crecen, son trasladados a actividades delictuales de pequeña escala o la explotación sexual comercial.
El pasado mes de agosto capturaron en la delegación Venustiano Carranza a tres personas que conformaban una banda dedicada a la trata de menores de edad. A lo largo y ancho del país a diario se da cuenta de estos hechos.
Otro por ejemplo es la captura de Gerardo Salazar Tecuapacho, sobre quien pendía una orden de captura en Estados Unidos por tráfico de menores e indocumentados, y trata de blancas.
Es imposible –considera Visión Mundial- diferenciar esos niños traficados del vasto número de niños que trabajan junto a sus familias en las calles de las ciudades sin antes escuchar sus historias. El punto es que sus historias son raramente escuchadas, se pierden en la muchedumbre.
Los estados de Guerrero, Oaxaca, Chiapas, los índices de pobreza extrema expulsan a cientos de niños y niñas indígenas que dejan la escuela para vender chicles y frutas, limpiar parabrisas, ofrecerse de canasteros en los mercados, jornaleros agrícolas o boleritos.
De acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI), unos 202 mil menores de Guerrero trabajan para contribuir al ingreso familiar y, de ellos, 58 mil desertaron de la escuela.
La organización agrega que el aislamiento de la comunidad o falta de habilidades lingüísticas dificulta que las víctimas del tráfico humano comprendan sus derechos. Los inmigrantes ilegales son amenazados con denuncias y arrestos, y ellos eligen las condiciones de explotación como el menor de dos males. Muchos ni siquiera se consideran a sí mismos como traficados, y trabajan durante años por la promesa de que algún día recibirán un salario, después de que su deuda de migración haya sido finalmente pagada.
En las ciudades, no es poco común tener un miembro adicional en la familia, presentado como un pariente, encargado de los trabajos domésticos. Aunque las condiciones varían, pueden darse horarios de trabajo interminables o años de explotación en confinamiento.
El trabajo infantil doméstico puede ser peligroso, debido a las condiciones del trabajo y a las tareas exigidas. Muchas niñas tienen que trabajar largas jornadas, a veces de hasta 15 horas diarias, y estar siempre disponibles.
La enorme carga de trabajo y la falta de descanso pueden causar serios problemas. Muchas de ellas sufren de estrés y fatiga debido a la falta de sueño.
Como el trabajo se lleva a cabo en domicilios privados, las niñas se encuentran bajo el control absoluto del empleador. Hay relatos frecuentes de niñas sometidas a palizas y malos tratos, así como a abusos verbales o sexuales.
Carmen a sus 17 años ayuda en un comedor escolar: “He estado trabajando en la escuela, cocinándole a los niños. A mí me toca picar las verduras, o si no lavar los trastes… lo hago desde las cinco de la mañana. Cuando voy al comedor de la escuela salgo cansada, me duelen los pies, es que solo de pie pasa uno picando, sirviendo a los niños, lavando trastes.”
El potencial para el abuso de los derechos en esta actividad está claro, pero todavía se han hecho pocos progresos para proteger a las trabajadoras domésticas del tráfico de personas. La aceptación del trabajo doméstico, su origen y sus condiciones, es solo un ejemplo del modo en que las comunidades toleran, incluso aceptan, la naturaleza transaccional de la oferta de trabajadores.
Primero una gota, luego otra, después otra más… Pronto tendrán la carita empapada y no de lluvia. Tampoco de lágrimas (¡ojalá tuvieran tiempo para llorar!). Es sudor lo que corre por el rostro de estas niñas: sudor por el esfuerzo, sudor por el trabajo que realizan.
Las gotas caen al suelo y se evaporan, como se evaporan tantos sueños y esperanzas: en silencio. Como calladamente, también, se guardan las historias de estas niñas; la soledad, las dificultades, los sacrificios, los abusos, pero, sobre todo, la tristeza de haber tenido que renunciar tempranamente a su niñez. No hay tiempo para jugar, no hay tiempo para charlar, no hay tiempo para divertirse despreocupadamente. Hay que trabajar, hay que “ayudar” a la casa, porque el dinero no alcanza. Si sobra tiempo, entonces, sí, ese es el tiempo de estudio.
“No, yo no trabajo. Yo sólo le ayudo a mi mamá en las cosas de la casa, y cuando me voy para donde mi tía, ¡diay!, también le ayudo a limpiar y a lavar trastes. Ella me da comida… ¡No me voy a quedar sin comer!,” dijo Angélica a sus 14 años, que ve a estas actividades como algo normal.
En México cifras del INEGI señalan que el 2007, había 29 millones de niños y niñas de 5 a 17 años de edad, de los cuales más de 3 millones y medio realizaron alguna actividad económica, el 67% eran niños y 33% niñas.
De la población infantil ocupada de 5 a 17 años, el 29% estaba en el sector agropecuario; 25% en el comercio; 24% en servicios; 14% en la industria manufacturera; y el 6% en el sector de construcción.
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