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| Por el Embajador Oscar Laborde, Representante Especial para la Integración y la Participación Social de la Cancillería Argentina |
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Durante mucho tiempo los sectores de poder de nuestro país nos aconsejaron observar Europa: su crecimiento económico, su desarrollo educativo, su “nivel” cultural. Y sembraron estas ideas en generaciones de argentinos. Hasta Borges llegó a escribir –exagerando la nota – que era “un inglés nacido en el exilio”. La admiración por la supuesta superioridad de la “civilización” europea tenía que ver con que las élites dominantes siempre priorizaron sus intereses propios, y los de algunas potencias extranjeras con las que estaban asociadas, a la conveniencia y ganancias que obtenían en desmedro de los del pueblo en su conjunto. El triunfo de ellos era nuestra derrota, no sólo por que el oro que llevaron en sus carabelas no lo cambiaron por “espejitos”, sino por que el saqueo permitió que Europa tuviera una situación económica superior a la nuestra. Esta “acumulación originaria” permitió que el desarrollo del capitalismo se diera a partir de una base de reservas concretas que le dio solidez desde su origen, a ese proceso. Y luego se llevaron nuestras materias primas a bajo precio, y nos vendieron sus productos elaborados tratando de impedir así el desarrollo de una industria propia durante décadas; y por último terminaron, en el apogeo del sistema neoliberal vía privatizaciones y concesiones, por monedas, quedándose con las empresas estatales y nacionales, que no eran propiedad de ningún gobierno sino de todos los argentinos. Este fue posible porque existieron esas clases o grupos internos que justificaron y sostuvieron, en dictadura o democracia, este despojo. Sin embargo en la última década en América Latina comenzó a visualizarse otro escenario político. Irrumpen un conjunto de de presidentes que empiezan a responder a necesidades históricas de sus países, a reconocerse en la identidad cultural, en las estrategias para abordar sus diferencias, y en diseñar acciones de conjunto frente a las políticas de dominación que estaban desplegadas en el continente. La tan declamada unidad americana se pone de manifiesto en hechos concretos; se deja de lado la retórica y se impulsan acciones y acuerdos; en donde la UNASUR termina siendo la síntesis de esta nueva realidad. Se institucionaliza la defensa de la democracia y la construcción de consensos por encima de las diferencias pasadas y presentes. Por primera vez, entonces, es bueno escuchar a aquellos que nos aconsejaban mirar a Europa y parecerse a los Estados Unidos. Esta experiencia no es únicamente para comparar situaciones, sino para observar como se enfrentaron coyunturas similares, crisis parecidas, quienes se beneficiaron y quienes fueron perjudicados por las decisiones que se adoptaron. Frente al quebranto de bancos, empresas y negocios inmobiliarios con las secuelas de fábricas cerradas y decena de miles de personas sin trabajo; los gobiernos centrales salvaron a los bancos, a los grandes consorcios, a los gerentes; aquí se sostuvo a las fábricas subsidiando a los trabajadores y manteniendo los niveles de empleo. Allá se recortaron las jubilaciones, las asignaciones familiares, los sueldos de obreros y empleados. Aquí estamos debatiendo el 82% móvil, se implementó la asignación universal por hijo, se profundizaron las paritarias, se impulsa la democratización de las comunicaciones y la formulación de una nueva ley de servicios financieros. Es importante cotejar, no sólo, como unos y otros enfrentaron la crisis, sino como le está yendo a “unos y otros”. Estas no fueron sólo decisiones políticas tomadas en una emergencia, implican una mirada ideológica de lo que constituyen las relaciones esenciales en una sociedad, pues definitivamente estamos dándole prioridad a los hombres y mujeres de este, “nuestro sur” y no a los números macroeconómicos, al capital financiero y a la economía de mercado. ===================================================================== |
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