lunes, junio 21, 2010

El fútbol, el vértigo, la política y Messi, por Ricardo Forster.




Ricardo Forster

La pelota empezó a rodar de un modo demasiado veloz, haciendo que cada pase se convierta en una casi imposible misión para quienes intentan atraparla o devolverla redonda. Sólo la habilidad de algunos pocos elegidos logra dominarla mientras la mayoría de los jugadores se afana por alcanzar lo inalcanzable. Puro vértigo que no se asocia con la belleza sino, más bien, con una vertiginosidad que no parece llevar a ningún lado. Ruido ensordecedor que anula los cantos de los fanáticos y misiles que salen de la cancha sin siquiera pasarles cerca a los arcos; ésas son, hasta ahora y salvando la presencia de un Messi que demuestra que puede jugar con cualquier balón y algo de los alemanes que siempre están ahí avisando que nadie se olvide de ellos al proponer favoritos, las características de un Mundial en el que el fútbol hizo mutis por el foro y lo que predomina, como siempre, es el negocio fabuloso, ése que mueve miles de millones de dólares aunque las economías centrales estén atravesando una época de tormentas.

El fútbol, su magia inclaudicable aunque el negocio impúdico lleve a fabricar una pelota absurda e impresentable, está ahí, intacto, emotivo, único e inigualable. No hay otro deporte que logre concitar tanta convocatoria ni generar emociones tan intensas que conmuevan del modo como lo hace este increíble juego de once contra once en el que, de vez en cuando, aparece un Messi como antes tuvimos a Maradona. El fútbol posee esa fantasía que, y eso más allá de los piratas que buscan sacar provecho y de las corporaciones que lo transforman en un negocio de pocos y para pocos, nos sigue fascinando haciéndonos regresar a nuestra infancia, a las tardes interminables corriendo atrás de una pelota y sintiendo la mezcla de felicidad y alegría.

Pero mientras los argentinos discutimos sobre los arcanos de la estrategia y de la táctica, mientras festejamos que Messi se haya acordado de que nació en Santa Fe y de que también puede jugar con la celeste y blanca como lo hace con la camiseta de Barcelona, mientras algunos periodistas, de esos que trajinaron durante las últimas décadas los principales canales de televisión y las rotativas de los grandes diarios, expresan su rencor interminable hacia Maradona y su deseo apenas ocultado de ver fracasar a la selección de tal modo de fabricar un combo apocalíptico con Diego, el fútbol para todos, la ley de medios y el Gobierno, la realidad sigue su recorrido zigzagueante aunque bajando los decibeles de las últimas semanas, como recordándonos que por un mes lo único importante tiene que ver con un objeto redondo que, para la desgracia de los verdaderos amantes del fútbol, corre a una velocidad mayor a la del correcaminos. Y claro, no hay coyote que pueda alcanzarla.

Lo cierto es que en el mientras tanto algo ha ocurrido en el laberinto de la política y de la siempre enigmática sociedad argentina, que puede pasar del escepticismo más agudo y autodestructivo al optimismo elocuente que entrelaza festejos del Bicentenario, cambios de humor social y esperanza futbolera de repetir como en el ’86 y nuevamente de la mano de Maradona aunque ahora transfigurado en Lionel Messi. Seguramente el pequeño señor Cobos se debe estar preguntando quién le cambió el país, qué pasó con su voto no positivo que lo catapultó a una fama inmerecida y que ahora parece haber transformado esa increíble casualidad en franco declive.


Macri no sale de su asombro ante las declaraciones de su alter ego millonario y pelirrojo que dijo que para el impresentable jefe de Gobierno de Buenos Aires los pobres son extraños y, claro, son sucios, feos y malos. Rara realidad política en la que De Narváez, ex socio y espejo de Macri, lo acusa de ser “derechoso”. Así como a los jugadores el arco se les corre cuando intentan patear la pelota de Speedy González, a ciertos políticos los movimientos de la realidad nacional los lleva a buscar otros horizontes en los que ser de derecha vuelve a resultar impresentable. ¿Alguien le creerá a De Narváez el otrora anunciador de grandilocuentes mapas de la inseguridad? ¿Regresará Mauricio a las peleas familiares cuando su estrella política se apague definitivamente?

Algo de eso han vislumbrado los radicales que empiezan a?rodear a Ricardo Alfonsín, carismático hijo de su padre que, casi sin hablar, sonriendo e imitando hasta el hartazgo los giros de su progenitor, busca presentarse como el exponente de un nuevo giro progresista en el partido de Alem (no importa, a nadie parece importarle que el bueno de Ricardito haya votado en contra de las leyes más progresistas de las últimas décadas en contradicción flagrante con su supuesto credo democrático y de centroizquierda). Las piruetas de ciertos partidos y de algunos políticos siguen siendo notables. (¿Cómo hará Alfonsín junior para compatibilizar su intento de sacar al radicalismo de su giro hacia la derecha más rancia de la mano de Cobos y de Aguad con las declaraciones tan populares de su correligionario Sanz que considera que la asignación universal sólo ha aumentado el consumo del paco, el bingo y la vagancia entre los pobres?)

Los argentinos, al menos una porción importante, han mostrado su tendencia siempre recobrada hacia el olvido y la impunidad. ¿Será posible que los vuelva a enamorar una versión devaluada de Raúl Alfonsín? ¿Comprarán nuevamente aquello del preámbulo de la Constitución Nacional mientras los poderes económicos se ocuparon de consolidar su hegemonía hasta conducirnos hacia una hiperinflación que habilitó lo peor de la década del ’90?

Escuchar en estos días la palabra “socialdemocracia”, imaginar su reivindicación entre nosotros como si estuviéramos delante de una gema maravillosa, es simplemente desviar la vista de lo que viene sucediendo en Europa y, más particularmente con aquellos como los laboristas ingleses y los socialistas españoles que se han encargado de implementar los ajustes más escandalosos sin por eso impedir que nuevamente las derechas avancen hacia el poder.

Si Alfonsín quiere ser el Zapatero argentino no habrá Messi que pueda salvarnos de una nueva catástrofe económica y social. ¿Será acaso que nuestros progresistas, al igual que amplios sectores de las clases medias, carecen de memoria y suelen inclinarse a las repeticiones malsanas? ¿Puede alguien sensato imaginar que Lilita Carrió representa hoy una alternativa democrática y “progre”?cuando no hace otra cosa que construir frases de un resentimiento reaccionario pocas veces alcanzado en la política actual? ¿Será que los días mundialistas habilitan para que cualquiera pueda decir cualquier cosa sin que a nadie le llame la atención?

Así como la magia de Messi logró ganarle a una pelota imposible e impresentable, seguramente algo semejante seguirá aconteciendo en la Argentina a la hora de mostrar quién es quién, para que no nos vuelvan a vender gato por liebre.

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